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Puede pillarte completamente desprevenida, en el mismo sofá de tu casa. Fium. Una oleada de un no-sé-qué-qué-sé-yo que te hace parpadear lentamente, como si la gravedad se anulase y los objetos permaneciesen flotando en la sala, algo así como una revelación divina (o al menos, así lo han descrito siempre) pero sin foco cegador que te haga ceniza en el acto, sin canto gregoriano que sirva para elevarte a la bóveda celestial, sin las chispas en las yemas de los dedos y sin la sensación de escupir el alma por la boca, como si trascendieras los límites de lo racional para acabar en fundiéndote, literalmente, con el resto de moléculas del salón.
No, simplemente es un momento de pausa del que se consigue salir cuando tu párpado cierra de nuevo tus ojos, para devolverte a la realidad de un cómodo sofá, que no tiene nada que envidiarle a ninguna de esas experiencias metafísicas que invaden el corazón y te llenan de gozo y alegría.

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